miércoles, 29 de junio de 2011

SER ROCIERO

Ser rociero es la expresión más cabal de una particular forma de concebir la vida. El rociero lo es siempre, a cada hora y durante toda su vida. Cuando se ha sentido en los adentros, aunque sea levemente, la mirada de la Virgen sobre la propia mirada, se produce el milagro de la estigmatización y ya no se puede renunciar jamás a Ella. Entonces se abre la puerta de la conciencia más firme y una letanía de verdades infinitas se adueñan del corazón para exigir la humildad que nos hace hombres íntegros. Se descubre una senda hasta entonces ignorada, vacía de nuestra presencia. Es el camino de las buenas gentes. Es un camino de mediación entre Ella y éste mundo de relatividades, donde todo es relativo según convenga, para consuelo de nuestras vanidades. Ser rociero es otra forma de ser, otro talante, significa entregarse a los demás sin pedir nada a cambio, estar siempre dispuesto a beneficiar a los demás, a tener siempre la mano tendida para quien la quiera tomar. Ser rociero significa amar a todos por encima de todo, respetar a los mayores, comprenderles y consolarles de la pesada carga de su vejez, dignificar el matrimonio como la figura de convivencia más importante de la humanidad, núcleo de la familia y germen de los hijos que habrán de criarse observando nuestro comportamiento cristiano. Ser rociero es vivir con alegría y soportar las más duras adversidades invocando el amparo de la Blanca Paloma y su Divino Hijo.

Quien invoca el nombre de Rocío, aunque sea una sola vez, ya queda bajo su protección y jamás podrá ignorar su presencia inmediata hasta en el respirar. La Virgen del Rocío, se ve cuando queremos verla, huele, dá calor y también refresca, ilumina, guía y socorre. Es la Madre de Dios y también Reina de las Marismas, Rociadora, Abogada y Maestra que marca la senda que todos los rocieros toman para merecerse la Romería de los Cielos, siendo buena gente, desprendido, honrado, y con alegría a todas horas, que ahí es donde se nota que la paz anida en el corazón. Pero sobre todo, el rociero es una parte más de la Virgen.

No debemos confundir al rociero con el que se viste de flamenco para ir de romería, que también se vestirá de ésa guisa porque le guste. Tampoco lo será porque cante muy bien las sevillanas o fandangos, ni porque sea un gran caballista, bailarín, cuentachistes o calce siempre botos camperos, una gran medalla en el cuello, jaski y ropa verde. Cada uno es como su madre lo trajo al mundo y nunca debemos juzgar a los demás por el estereotípo impuesto por la moda de rigor. A todos nos gusta pasear en coche de caballos, charret o manola, tener una gran casa en el Rocio, siete cajas de cigalas, jamones y manzanilla fresquita hasta que te ahogue, pero ése estatus social no marca la estirpe rociera. La riqueza de los hombres está en su corazón y cuando éste dá lo que tiene, cuando comparte su ración de oxigeno contigo y le brillan los ojos de emoción cuando te saluda, eso es ser grande y rociero. Ir caminando hasta el Rocio con las alpargatas rotas porque son las únicas que tiene vale más ante los ojos de la Señora que todas las alabanzas que le lanzamos desde las alturas del acomodo.

El rico, el vanidoso, el soberbio, el ruin, el miserable también son hijos de nuestra Madre y también tienen su sitio en el Rocio, incluso más preferente que otros, porque necesitan más ayuda para ser buena gente y rociero.

Para ser rociero, sólo hace falta querer a la Virgen, visitarla en su ermita porque, aunque Ella nunca nos abandona, es allí en su casa de las marismas donde puedes mirarla a la cara y donde hay que demostrar el valor del arrepentimiento, la vergüenza de haber faltado a tu condición de buen hijo. Allí es donde Ella te devolverá la honra perdida y te dará fuerzas para levantarte otra vez, para ser buena gente y rociero de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario