¿Y ahora qué?
Ahora que ha terminado la romería, que todas las Hermandades han llegado a sus ciudades, capitales o pueblos, que hemos dejado a las plantas de la Virgen nuestras preocupaciones, inquietudes y también alegrías e ilusiones, ¿ahora qué?
Ahora que volvemos a lo cotidiano y que es cuando se tiene que hacer camino, más duro a veces que el de las propias arenas, ahora que hay que vivir el Rocío, dándole a los demás la misma alegría que le hemos dado en los días previos a Pentecostés, ahora que sabemos que, como canta la copla: “el Rocío es todo el año, no sólo en la romería y hay que querer a la Virgen a toas las horas del día”; ahora que sabemos lo que le agrada a la Virgen, ¿ahora qué?
¿Guardaremos los arreos y los enseres del camino solamente? ¿O meteremos también en un cajón lo que sabemos de sobra que son los utensilios del alma, necesarios para vivir cada día y no deberíamos de guardar jamás?
El Rocío no termina, continúa andándose. Es un camino que se recorre pasito a paso, fraguando cada minuto lo mejor de nosotros mismos para ponerlo al servicio de los demás, empezando por las personas que tenemos más cerca: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros conocidos…
Es muy fácil ser “buenos” unos días al año. Mostrarse agradable a ojos de los que te rodean durante unas horas, decir lo maravillosa que es tu hermandad porque te ha conducido al Rocío facilitándote las cosas, pero ¿y a partir de ahora?
¿Serás capaz de darle a los tuyos lo mejor de ti mismo? ¿De ofrecerles con agrado tu cariño y tu comprensión? ¿De construir la hermandad con tu trabajo y tu ayuda? ¿De estas y tantas cosas que, para muchos, se vuelve pura contradicción tal como termina la Romería?
¿Te has parado a pensar, delante de la mirada de la Virgen, si tu forma de actuar en tu día a día va por otros derroteros completamente distintos a los que sólo vives de cara a la romería y con tu reunión de amigos? ¿Ha hurgado la Virgen, esa a la que le cantas, a la que le dices guapa y le gritas Ole, en las escamas de tu corazón, no te ha dado luz para que veas que puedes estar equivocado en tu conducta para con tu marido, tu mujer, tus hijos, tus padres…?
Es más fácil hablarle a la Virgen que dejar que nos hable, por eso el título de mi editorial de hoy es el que es: ¿y ahora qué? Porque es bastante probable que hayas llegado a casa alegre y jubiloso, con una inyección de ánimo con la que piensas comerte el mundo, con la sensación de haberle dicho a la Virgen cuanto querías haberle dicho, pero quizá sea este el momento de pararte, reflexionar para tus adentros y callarte tú para que te hable Ella.
Es tan fácil como decirle con sencillez de corazón: ¿y ahora qué, Madre? ¿Ahora qué quieres de mí?
Y si su voz consigue interpelar lo más recóndito de tus entrañas y te sacude con tanta fuerza como para que sientas la necesidad de experimentar un cambio radical en tu vida, entonces, hermano, estarás recorriendo el camino que Ella y el Pastorcito quieren.
Ahora que ha terminado la romería, que todas las Hermandades han llegado a sus ciudades, capitales o pueblos, que hemos dejado a las plantas de la Virgen nuestras preocupaciones, inquietudes y también alegrías e ilusiones, ¿ahora qué?
Ahora que volvemos a lo cotidiano y que es cuando se tiene que hacer camino, más duro a veces que el de las propias arenas, ahora que hay que vivir el Rocío, dándole a los demás la misma alegría que le hemos dado en los días previos a Pentecostés, ahora que sabemos que, como canta la copla: “el Rocío es todo el año, no sólo en la romería y hay que querer a la Virgen a toas las horas del día”; ahora que sabemos lo que le agrada a la Virgen, ¿ahora qué?
¿Guardaremos los arreos y los enseres del camino solamente? ¿O meteremos también en un cajón lo que sabemos de sobra que son los utensilios del alma, necesarios para vivir cada día y no deberíamos de guardar jamás?
El Rocío no termina, continúa andándose. Es un camino que se recorre pasito a paso, fraguando cada minuto lo mejor de nosotros mismos para ponerlo al servicio de los demás, empezando por las personas que tenemos más cerca: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros conocidos…
Es muy fácil ser “buenos” unos días al año. Mostrarse agradable a ojos de los que te rodean durante unas horas, decir lo maravillosa que es tu hermandad porque te ha conducido al Rocío facilitándote las cosas, pero ¿y a partir de ahora?
¿Serás capaz de darle a los tuyos lo mejor de ti mismo? ¿De ofrecerles con agrado tu cariño y tu comprensión? ¿De construir la hermandad con tu trabajo y tu ayuda? ¿De estas y tantas cosas que, para muchos, se vuelve pura contradicción tal como termina la Romería?
¿Te has parado a pensar, delante de la mirada de la Virgen, si tu forma de actuar en tu día a día va por otros derroteros completamente distintos a los que sólo vives de cara a la romería y con tu reunión de amigos? ¿Ha hurgado la Virgen, esa a la que le cantas, a la que le dices guapa y le gritas Ole, en las escamas de tu corazón, no te ha dado luz para que veas que puedes estar equivocado en tu conducta para con tu marido, tu mujer, tus hijos, tus padres…?
Es más fácil hablarle a la Virgen que dejar que nos hable, por eso el título de mi editorial de hoy es el que es: ¿y ahora qué? Porque es bastante probable que hayas llegado a casa alegre y jubiloso, con una inyección de ánimo con la que piensas comerte el mundo, con la sensación de haberle dicho a la Virgen cuanto querías haberle dicho, pero quizá sea este el momento de pararte, reflexionar para tus adentros y callarte tú para que te hable Ella.
Es tan fácil como decirle con sencillez de corazón: ¿y ahora qué, Madre? ¿Ahora qué quieres de mí?
Y si su voz consigue interpelar lo más recóndito de tus entrañas y te sacude con tanta fuerza como para que sientas la necesidad de experimentar un cambio radical en tu vida, entonces, hermano, estarás recorriendo el camino que Ella y el Pastorcito quieren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario