viernes, 10 de junio de 2011

La diferencia entre mirar y contemplar a la Virgen del Rocío

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Una de las cosas más comunes que se escuchan acerca de la imagen de la Virgen del Rocío es la impresión que causa en las personas cuando la contemplas. Y digo bien. Porque una cosa es mirar y otra muy distinta contemplar.

Al mirarla, sin más, es más fácil que salgas de la Ermita con la sensación de “no haber sentido nada”. Pero al contemplarla, con detenimiento, se producen por dentro diferentes mociones que sólo aciertas a interpretar cuando, ya de regreso, al recordar las sensaciones que tuviste en el alma, sientes la urgente necesidad de ponerte en marcha, sin dejar que eso se quede en el vacío hasta un próximo encuentro.

Cuando contemplamos la imagen de la Virgen podemos descubrir curiosos detalles en Ella. Habrá quien la repase para atrapar en la retina todo el impacto histórico y artístico de la talla. Pero los más, los que vamos buscando su mediación certera, su intercesión perfecta que nunca falla, intentamos leer las expresiones de los rasgos de su cara y por eso decimos: “la noto alegre o la noto triste”, “la veo serena o la percibo inquieta”. Sin darnos cuenta, mientras la contemplamos, Ella nos ayuda a adivinar cómo está nuestro interior y se hace una con nosotros, porque siente y padece y goza con el sentir, el padecer y el gozo de cada uno de sus hijos.

Yo he tenido etapas en las que me he fijado más en sus ojos, sin embargo, de un tiempo a esta parte, reparo con insistencia en sus manos, en las que suelo poner todos los pormenores, las minucias y las pequeñas o grandes cosas de mi vida. Todo lo pongo en sus manos. Y, si como yo, son tantas las personas que lo hacen, cuando la contemplo, le pregunto: “¿y puedes con todo, Madre? ¿y no se dejan caer por el peso?”.

Pero contemplas también cómo permanece el Pastorcito Divino en ellas, y me veo dibujada en su lugar. Y esa misma escena tan gloriosa de la Virgen, me está diciendo que Ella siempre me lleva en sus brazos, para festejar mis alegrías cuando le comparto mi triunfo o mi éxito y para que no me canse ni me pueda la pena, cuando le imploro que no me suelte por nada de este mundo en alguna adversidad.

Yo te diría que si ya diste el primer paso, el de mirarla, avances sin miedo a su contemplación para que tus encuentros con Ella sean completos. Jamás el corazón siente tanto gozo ni experimenta cambios tan abismales como cuando le abres tus puertas para que tome posesión de todo tu ser. Porque ese espacio lo invade Ella con su Rocío, regando la sequedad de tus limitaciones para que, la acción del Espíritu Santo, transforme tu corazón de piedra en uno de carne y tu vacío y tu soledad en un pozo lleno de misericordia y de bendiciones.

No dejes de mirarla muchas veces para alcanzar a contemplarla, pero no tengas miedo de contemplarla, aunque para eso necesites dejar de mirar con los ojos externos para empezar a mirar con los de adentro.

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