sábado, 21 de mayo de 2011

EL PRESAGIO DEL PAPA JUAN PABLO II ERA REAL

El presagio era real

Las palabras del Papa Juan Pablo II pronunciadas en la aldea en junio de 1993 ganan actualidad en medio de la crisis económica · El Mensaje del Sumo Pontífice, la antítesis del consumismo imparable
Rafael Moreno | Actualizado 25.05.2010 - 01:00
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1. La Blanca Paloma, aplaudida por miles de romeros y peregrinos a mediodía de ayer, cuando enfilaba la llegada a la Plaza Mayor, en medio de vivas y piropos de su pueblo 2. Imagen tomada el 14 de junio de 1993 en el Santuario rociero. Junto al Sumo Pontífice se ve a un exultante Rafael González Moralejo, obispo de la Diócesis de Huelva, impulsor del histórico viaje del Papa Peregrino, del Papa Rociero. Desde aquí, pronunció Juan Pablo II su famoso discurso en el que denunció la necesidad de quitar el polvo acumulado en el camino rociero. 3. La casa de Germán Salvador en la aldea. Nada más escuchar la cohetería que sucede a la salida de la Virgen en procesión, los romeros cantan una Salve a la Patrona de Almonte. Se para la fiesta para rezar en medio de la noche 4. Un romero muestra un niño a la Virgen del Rocío. Durante la procesión son muchos los pequeños y pequeñas que llegan a besar el manto.
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El lunes 14 de junio de 1993 Su Santidad el Papa Juan Pablo II pronunció el discurso más claro de cuantos se han escuchado dentro y fuera del Santuario de la Virgen del Rocío. Un tiempo en el que la llegada de las televisiones privadas a España, la prensa del corazón y el boom del ladrillo ya estaban haciendo de las suyas en el mundo romero. Por eso aquel día, Su Santidad, que de comunicación sabía un rato, optó por dar un aldabonazo en las conciencias de todos los que se llaman, dicen o proclaman rocieros.

Juan Pablo II recordó un mensaje que dirigió en Roma a los representantes de las filiales, encabezados por la Hermandad Matriz: "Quiero alentaros vivamente en la auténtica devoción a María, modelo de nuestro peregrinar en la fe, así como en vuestros propósitos, como hijos de la Iglesia y como fieles laicos asociados en vuestras hermandades, a dar testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española". Era sólo su hábil manera de pellizcar a los devotos y peregrinos.

Aquella jornada, marcada en la arena y en el devocionario popular rociero, Juan Pablo II señaló un camino sin retorno con una frase: "Vuestra devoción a la Virgen, manifestada en la Romería de Pentecostés, en vuestras peregrinaciones al Santuario y vuestras actividades en las hermandades, tiene mucho de positivo y alentador..." Pero encerraba una clave. A la romería, "se le ha acumulado también, como vosotros decís, polvo del camino, que es necesario purificar".

Juan Pablo II dejó clara una vez más su forma de combatir la ausencia de valores solidarios en una sociedad que caminaba vertiginosamente por un sendero polvoriento hacia el becerro de oro.

Las palabras del Papa retumbaron con eco: "Desligar la manifestación religiosa popular de las raíces evangélicas de la fe, reduciéndola a mera expresión folklórica o costumbrista sería traicionar su verdadera esencia". Después de aquellas frases, El Rocío vivió un cóctel de famoseo, exclusivas y vértigo que nada tenía que ver con las cosas de María Santísima.

Eso sí, muchas hermandades, la Matriz entre ellas, captaron las palabras del Papa y las hicieron mandamientos para llegar hasta El Rocío de hoy. Una fiesta que se mueve a ritmo de palmas, flauta y tamboril pero que, cuando resuenan los cohetes para anunciar que la Reina está en la calle, con su pueblo, apaga la luz de las ruidosas casas para rezar a la Virgen una Salve. Se hace con mucho sentimiento, ancestral. Y así debe ser.

Quién le iba a decir a aquel Papa, viajero incansable, que 17 años después se iba a rezar por lo mismo que él rezó aquella tarde en lo que denominó "bellísimo paraje de Almonte". "He pedido para vosotros, los aquí presentes, así como para vuestras familias y para Andalucía entera y la noble nación española, que sepáis siempre superar las dificultades y los obstáculos, a veces frecuentes en el camino, como son la pobreza, la temible plaga del paro, la falta de solidaridad, los vicios de la sociedad consumista en la que se olvida el sentido de Dios y la caridad auténtica".

Aquella tarde de junio fue Juan Pablo II pero hoy ha sido el obispo de la Diócesis de Huelva, José Vilaplana, el que clamó contra el paro en El Rocío.

Diecisiete años y de aquellos polvos del consumismo exacerbado llegan los lodos que denunció aquel Papa Viajero.

El Rocío 2010 no ha sido el de aquel millón de personas que se vendía por la televisión. La crisis, no de fe, sino la financiera, ha estado presente. Menos caballos, más casas cerradas y más en alquiler. Se pueden calcular los litros de agua consumidos y otras cosas que generan los peregrinos tal y como hace el Plan Romero pero aun no se inventó el contador de rezos y plegarias.

Las palabras del Papa Viajero aun resuenan en los ecos de las marismas almonteñas para el que las quiera escuchar.

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